martes, 21 de octubre de 2014

"En este planeta confuso, los humanos nombramos a la actividad cerebral durante el descanso con la misma palabra que usamos para nombrar a los deseos: sueños. Sueño y deseo son lo mismo, el anhelo de algo que no se tiene. La única diferencia entre sueño y deseo es, que para soñar hay que dormirse, y para alcanzar los deseos, hay que despertar. Tanto el que sueña que vuela como el que desea cosas casi imposibles de alcanzar, debe forzar la realidad y correr los límites. Nadie sueña con lo posible o lo fácil. Un deseo implica riesgo y dificultad, soñar no es para cobardes. Algo soñado, es algo muy deseado y muy difícil de obtener, y así, los humanos, vamos de insatisfacción en insatisfacción. A veces, la vida soñada comienza cuando se deja de soñar, cuando se abre una ventana y se sale a la vida a despertar. Los sueños no tienen nada que ver con la duda, ¡el que desea no duda! La duda es sólo culpa que es el reverso del deseo. A lo largo de la historia humana, las religiones, las instituciones, los dogmas, han atacado especialmente los sueños, diciéndole a las personas que desear está mal. Atacan los sueños porque saben que el que desea es indomable; el deseo libera una fuerza irrefrenable. La potencia de los sueños es que tienen una potencia capaz de modificar la realidad. Los humanos somos el campo de batalla entre nuestro deseo y la realidad: una fuerza interior potente, desea; el mundo exterior hostil, se opone. Desear, desear con fuerza, con ilusión, no es garantía de alcanzar los sueños, la frustración es una posibilidad. Desear abrazar la posibilidad de la frustración, aceptar que nadie gana siempre y nadie pierde siempre. El sueño más dorado y la pesadilla más oscura, también tienen su final. Cuando el sueño se desvanece, la realidad se impone con su certeza más cruel. La vida, observada sin el cristal de los sueños, es oscura, fría y deslucida, todo se vuelve un páramo árido. La desilusión de un sueño frustrado es desabrida. Pero por más adverso y duro que se muestre el mundo exterior, nada puede con la fuerza más poderosa de la naturaleza: el deseo. Porque el deseo tiene la capacidad de renacer de las cenizas mismas de la frustración. Se puede renunciar a un sueño pero es imposible dejar de soñar, el deseo nunca muere. El deseo no muere, no cambia, no claudica. El deseo sólo crece y aumenta su tensión. Creemos que soñamos como si fuera una acción voluntaria, nadie elige soñar, ni qué soñar: el sueño se impone.Cuando soñamos, los humanos no dudamos de que eso que soñamos es real, pero tampoco ponemos en duda la realidad cuando estamos despiertos. Si en sueños creemos que la realidad más disparatada es real, ¿por qué no pensamos que la realidad más real es un disparate? ¿Por qué aceptamos algo como real? Si en definitiva todo es sueño, todo es ilusión. Incluso la realidad que se ve tan férrea y sólida es sólo una ilusión, y el sueño más onírico es realidad; sueño y realidad están fundidos, y la vida es sólo eso, sólo un sueño, en el que si quisieras, podés levantar tus brazos y volar."